Con Donald
Trump, el sistema capitalista, muy bien representado en el imperio
norteamericano, se ha despojado de la careta y ahora aparece ante el mundo tal
cual es, sin la hipocresía y las apariencias de cordero y benefactor que hasta
ahora han pretendido mostrar, aunque a decir verdad, ni el más ingenuo de los
mortales se lo creía a estas alturas. La depredadora y despiadada conducta del
capitalismo, que incita a enriquecerse a costa de lo que sea y de quien sea,
siguiendo la máxima de que el fin justifica los medios, tiene en Trump un buen abanderado que ha venido poniendo y
ratificado ahora que el poder y la barbarie siempre desprecian, oprimen y
exterminan. Con la reciente decisión del magnate-presidente de Estados Unidos
de reconocer a Jerusalén como la capital de Israel parece no darse cuenta que
ha encendido la mecha de una bomba, cuya detonación tendrá efectos difíciles de
imaginar siquiera. Jerusalén, ciudad santa, y más palestina que de nadie más,
donde perviven varias religiones como la
musulmana, cristiana y hebrea, por siglos ha sido tenida por capital de
Palestina y siempre codiciada por Israel, que alega derechos que no tiene,
porque han partido de disposiciones adoptadas desde fuera. Un espaldarazo ha
dado Trump a Isdrael. Y con esta acción probablemente esté provocando un alud
que, cual bola de nieve, le venga encima. No es más que otra de sus muchas
idioteces.
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